lunes, 1 de agosto de 2011

Personajes: San Francisco Solano



Nació en Montilla el 10 de marzo de 1549. Creció en un hogar cristiano y comenzó su educación con los jesuitas de la ciudad, entrando en la Orden de San Francisco a los 20 años.

En 1581, Francisco Solano fue destinado como vicario y maestro de novicios al convento cordobés de la Arruzafa (hoy Parador Nacional), donde solía visitar a los enfermos y recomendaba a los más jóvenes que tuvieran paciencia en los trabajos y adversidades. De ahí fue trasladado al convento de San Francisco del Monte, cerca de Adamúz. Desde allí visitó los pueblos de alrededor predicando y haciendo el bien. Su fragancia impregnó Montoro, donde estuvo a punto de morir cuidando a los enfermos de la peste.

Terminará su evangelización por tierras andaluzas en La Zubia (Granada), donde será asiduo del hospital fundado por San Juan de Dios.
 
En 1589, Francisco fue el elegido para la misión de extender la religión en Sudamérica. Después de un accidentado viaje al Perú, con naufragio y peligro de perecer en el trayecto, como su destino era Tucumán (Argentina) emprende este larguísimo viaje en compañía de ocho franciscanos más.
 
San Francisco Solano misionó por más de 14 años por el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de Argentina, siempre a pie, convirtiendo innumerables indígenas y también muchísimos colonos españoles.
   
En Lima pasó los últimos años de su vida. A pesar de su precario estado de salud, continuaba haciendo grandes penitencias y pasaba noches enteras en oración.

En octubre de 1605, Solano pasó a la enfermería del convento. Postrado y gravemente enfermo del estómago.

Durante su última enfermedad, Solano era poco más que un esqueleto viviente. Finalmente murió el 14 de julio de 1610, día de San Buenaventura. Ese mismo día y a la misma hora se produjo un extraño toque de campanas en el convento de Loreto, en Sevilla, donde fue ordenado sacerdote y cantó misa. La enfermería se convirtió en un ir y venir de gente que querían besar las manos y los pies de Fray Solano. Le cortaron el pelo y las uñas como reliquias. Tuvieron que vestirlo cuatro veces, porque todos querían pedazos de su hábito.
A su entierro asistieron unas 5.000 personas. El virrey Marqués de Montesclaros y el arzobispo Lobo Guerrero portaron el féretro a la iglesia, donde la guardia de alabarderos apenas puede contener a la multitud. Predica sus virtudes el provincial jesuita, Juan Sebastián de la Farra, y se le da sepultura en la cripta de la iglesia, donde más tarde se levantará una capilla.

Tan sólo 15 días después de su muerte, se abrió su proceso de canonización. Las gestiones comenzaron en Lima, donde hubo 500 testigos, y después continuaron en otras ciudades del Perú, en el Tucumán y en España. Clemente X lo beatificó el 1675 y Benedicto XIII lo canonizó el 27 de diciembre de 1726. Su festividad es el 14 de julio.

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